Ciénaga Grande Bajo Sinú - Colombia
El territorio anfibio remite a aquellos espacios que transcurren cotidiana y constantemente entre el agua y la tierra. Se trata de zonas de humedales, donde es difícil demarcar las áreas de tierras y aguas, dado que estas fronteras dependen de los ciclos climáticos de las zonas pertenecientes a cuencas hidrográficas, zonas costeras y deltas de ríos, donde los actores desarrollan un conjunto de prácticas, creencias, ideologías y costumbres a partir de la relación con un entorno incierto (Gutiérrez & Escobar, 2021; Fals Borda 2002a / 2002b).
Para entender los territorios anfibios, quisiera iniciar con un bioma totalmente opuesto, la Caatinga, un enorme desierto verde en el nordeste brasilero, donde el agua navega por los cielos, pero no toca la tierra, y la vida terrestre vive del rocío que deja su propia respiración. En la Caatinga todos son iguales, plantas, humanos y animales, porque todos son seres de agua y en lugar de competir, colaboran, interactúan.
Esa colaboración entre los elementos y los seres vivientes (Capra, 1996) me lleva a pensar, también, en las huellas que esa interacción deja, las cisternas que guardan el agua, las separaciones espinosas entre los terrenos, la pisada del animal.
La visión contraria a la Caatinga sería la Ciénaga Grande del Bajo Sinú, Colombia (Fig. 1), un ecosistema que recibe las aguas de los ríos más grandes del país, que descienden por la cordillera de los Andes, rematando el extremo norte de Sur América en una enorme sabana inundable, que experimenta periodos bajo el agua y otros totalmente secos. Las comunidades en este territorio han visto como en los últimos 50 años la ciénaga se ha transformado, de ser un jardín de plantas y peces, a una pradera ganadera, trazada por canales y carreteras, que han alterado de manera drástica el flujo de las aguas, el sistema alimentario, y el bienestar de las comunidades, quienes ven con más frecuencia como sus casas y el espacio público que comparten se inundan.
En mayo de 2023 visité la experiencia de Apoprapur en el área periurbana del municipio de Purísima. Juan vivía en Bogotá, su abuelo de la Ciénaga pescaba manatíes. Su madre una vez se perdió entre la bocachica (Thalia geniculata) que cubría las aguas. Fueron patilleros, y cuando los entes territoriales empezaron a secar la ciénaga debieron irse.
La represa de Urrá I cambió todo. La ciénaga dejó de ser el jardín del Edén para convertirse en un inmenso potrero lleno de costras salinas, que cuando se inunda desplaza pueblos enteros.
Los terrenos de la Asociación de Productores, Pescadores, Agricultores y Artesanos Agroecológicos de Purísima Córdoba – APROPAPUR se ubican en un baldío inundable, tierra del Estado que nadie quiere, y que les fue asignada después de 20 años de toma, cuando ya no pudieron seguir cultivan la patilla y pescando en las aguas y tierras de la ciénaga. Hoy son 25 familias, todas emparentadas, con un sistema de gobernanza colectivo.
Es finales del verano, a inicios de mayo, todo sigue seco, aunque el año pasado para esta época había llovido bastante. Los animales se ven en los huesos y en el camino hay varias vacas muertas o esqueletos completos. “Las pican ahí mismo cuando se desvanecen por el calor o se ahogan en la inundación, y luego venden la carne en la plaza”.
Todo el entorno es de sequía, pero en los terrenos de Apropapur aún se respira humedad. Con sus camellones o islas flotantes de cultivo, intentan emular el sistema anfibio prehispánico de los Zenú, quienes habitaban estas tierras, y conocían las dinámicas hidraúlicas de la Ciénaga. Juan me comenta las diversas prácticas de cuidado que tiene este territorio anfibio, cada cierto tiempo limpian los estanques naturales donde tienen peces, especialmente bocachicos, y los lodos que retiran son abono valioso para los ganaderos locales. El alimento de los peces es una mezcla de nutrientes locales, nada se desecha aquí. En las islas de cultivo pueden verse plátanos, berenjena, fríjol, ahuyama, árboles de mango y marañón, todo en producción. Rodeando el terreno un bosque inundable, que retiene las aguas, como un enorme riñón, y que protege los terrenos de los fuertes vientos de las tormentas que azotan la ciénaga en invierno. Una ciénaga pelada, que ya no tiene cómo protegerse.
Registro:
Sara Granados
Mayo, 2023. Temporada seca