Solvitur ambulando

Desde hace varios días acompaño la caminata de Jost Kobusch, quien se ha desafiado con la idea de ser el primero en alcanzar la cumbre del Everest (9,000 msnm) sin oxígeno auxiliar en invierno, y como en en esa cumbre ya han habido varios que se han planteado todo tipo de desafíos, Jost se ha lanzado a subir por el West Ridge (Cresta occidental), la orilla más solitaria y aguerrida, pero también la más directa.

Jost lleva un GPS, cada hora va actualizando su posición en una espectacular interfase donde puedo ver su avance: donde instala su carpa, los intentos por subir las paredes de hielo, y sus fotos, aquellas donde se le ve envuelto en un traje naranja de alta tecnología rodeado de un escenario blanco y rocoso. Cada día recorro su recorrido, me dejo llevar por el cursor por los espacios más recónditos de esos cerros, imaginando lo duro y meditativo que debe ser. Jost ya lo intentó en 2020, y regresó cuando alcanzó 6,500 msnm, luego de superar paredes escarpadas, hielo azul duro como una bala, inclinado y empinado como la torre de una iglesia y un barranco final de hielo, roca y nieve, llamado Hornbein Couloir, en el que solo unas pocas personas han puesto un pie.

Esta mañana volví a conectarme a ver los pasos de mi caminante, anoche tenía su carpa a 5,714 msnm, con recorridos que alcanzaron un poco más de los 6,200 msnm, ahora va de nuevo en descenso, deshaciendo sus pasos, seguramente en búsqueda del campamento al 5000 msnm. Intento imaginar lo que le impidió continuar, las ráfagas de viento que lo aprisionaron, sus pulmones luchando contra ese oxígeno hecho hielo, sus piernas penetrando la roca milenaria. Para el caminante, sin duda, esto no es un fracaso, al contrario, es la oportunidad para regresar el próximo invierno, hasta lograrlo o padecer en el intento.

De cumbre en cumbre, una se pregunta qué es la cumbre?, cómo realmente se que he llegado? Dicen que hay banderas, que hay santos o cruces y también calaveras rocas y todo tipo de recuerdos. Un tiempo atrás acompañé una discusión sobre la cumbre, unos teóricos montañistas dudaban si realmente los grandes expedicionarios habían llegado a pararse en el sitio más alto, dado que técnicamente en algunos de estos sitios es imposible. Los caminantes mencionaban que para ellos la cumbre siempre estaba más arriba, pero que en algún momento, al levantar la vista de sus pies, el vasto y ajeno mundo se abría ante ellos, esa es la cumbre, el lugar único donde el esfuerzo se transforma en una suave sensación, mente y cuerpo en armonía.

Las cumbres y las mares abiertas siempre han sido espacios masculinos, cargados de la testosterona triunfadora; encontrar exploradoras y expedicionarias no ha sido tarea fácil. En mi biblioteca colecciono relatos de viajeros, geopoéticas de cronistas en lugares adversos, y siempre la motivación es de conquista. En la expedición femenina tal vez encuentre lo mismo, pero seguramente la pregunta será diferente. Empezaré a leer la memoria de Silvia Vásquez-Lavado, una peruana que realizó las siete cumbres, y ver  qué habrá percibido en ese devenir de riesgos y fortunas, tal vez, un mundo diferente.

Días atrás emprendí una mínima expedición, caminé por varios lugares de las Torres del Paine, un lugar majestuoso, donde unas enormes peñas protegen bosques y aguas milenarias. No alcancé cumbres, no me arriesgué por parajes borroscosos, pero por unos mínimos instantes, sentí mi cuerpo y mente conectados con un entorno que me superaba, en una profunda meditación simbiótica con raíces y rocas. En esos ascensos, con las mejillas a punto de explotar por el torrente sanguíneo que me recorría entera y que me hacía sentir como una hermosa máquina de carnes, vísceras y huesos, pensé en los marineros, si alcanzar la mar abierta y atravesarla generaría una experiencia física y mental similar, quizá el estar sorteando redes y sogas, con las aguas saladas quemando sus rostros, noches y dias enteros sorteando un movimiento infinito, ¿habrá un momento para mirar hacia atrás, para detenerse, respirar y cuestionarse el avance? o dejarse llevar finalmente por esos elementos, dejarse caer libremente por las rocas o por las aguas hasta las profundidades de la tierra, en un viaje único e irrepetible, o simplemente sentarse a orillas del hielo y dejar que las aguas internas se hagan escarcha y dormirse para siempre.

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